jueves, 10 de febrero de 2011

Joven de Azua con discapacidad motora vence sus limitaciones

José Dicén
Azua
La historia de Cristian Onelvy Lara Jiménez, minusválido desde su infancia y ganador este año del Premio Nacional de la Juventud en el renglón “Trabajo Social”, revela un drama tan humano y de tanto valor personal, que parece salida de una de las tramas del cineasta William Wyler.
Cristian Jiménez, nacido el 9 de diciembre de 1979, está postrado en una silla de ruedas por los daños que la polio le causó, enfermedad que le inutilizó sus dos piernas, cuando apenas tenía siete meses de edad.
Ha tenido que vencer no sólo a ésta y otras enfermedades, sino obstáculos sociales para convertirse en un incansable trabajador social y comunitario, así como en un exitoso deportista que ha ganado más de 20 medallas de oro y graduarse de Derecho con los
honores académicos de Summa Cum Laude.
Esto fortalece mi espíritu y me da más fuerzas para seguir adelante
Cristian Onelvy Lara Jiménez, Premio Nacional de la Juventud
Este muchacho azuano, mulato de 31 años, cuerpo menudo, de mirada limpia y pensamientos claros, que habla con mesura y claridad meridiana, nació y vive en el barrio La Bombita, uno de los sectores más empobrecidos de esta ciudad sureña.
En lugar de aceptar su condición física como un hándicap, se aferró con firmeza a sus deseos de superación, y en sólo seis años de estudios formales se alfabetizó por su propia cuenta, realizó sus estudios primarios, el bachillerato y posteriormente se hizo abogado.
Y, aunque su ingreso en la escuela básica fue rechazado en incontables ocasiones, no se dejó vencer por los directores de escuelas que veían en su discapacidad física un obstáculo intelectual para negarle su ingreso a sus salones de clases en reiteradas ocasiones.
Narra que desde niño vivió junto a su madre Onelia Jiménez, el triste drama de ver cómo ella lo llevaba a las escuelas y lo dejaba a las puertas del despacho de los directores, para forzarlos a que le inscribieran el hijo que la dama se negaba a ver postrado en un rincón de la casa o en una silla de ruedas dormitando todo el día.
Los directores no querían admitirlo en sus aulas, porque entonces se creía, señala Lara Jiménez, que un impedimento físico era también “un impedimento mental”.
Tesón
Explica que su madre le decía cada vez que lo rechazaban: “No te preocupes mi amor que un día ellos se sentirán orgullosos cuando digan que tú eres azuano”.

Con este impulso y con esa determinación de su madre, creció con la conciencia de que su impedimento físico no lo relegaría a los aposentos de su hogar, y se decidió a vencer las adversidades, así llegaran como un rosario las difi cultades. Cristian cuenta que tuvo que alfabetizarse por su propia cuenta, en su hogar, y solo fue aceptado en la escuela primaria, en la tanda nocturna, cuando ya tenía 17 años. Sus palabras brotan con claridad y seguridad: “Regresaba a mi casa en brazos de mi madre con dos lágrimas que me caían en el pecho y que habrían un surco en el alma, porque sabía que me habían rechazado otra vez”.
Es tanta la templanza de espíritu de este joven minusválido, que a pesar de todas las barreras que la propia sociedad le imponía, sin piernas para moverse como una persona normal, sin embargo, con deseos de superarse y de ser alguien en la vida, recorrió las calles de su ciudad, saltó aceras y se arrastró sobre sus piernas inútiles por los pasillos y las aulas de la escuela.
Con la determinación que lo caracteriza, ingresó a la escuela nocturna, luego terminó el bachillerato y se matriculó en la universidad hasta lograr hacerse abogado en tan solo seis años de estudios formales, en lo que se puede considerar una hazaña debido a su condición.
Para aprender a leer por su propia cuenta, se auxilió de un programa de televisión donde decían: “Con la letra A se forma la palabra amor...
así fui aprendiendo a construir oraciones”, relata todavía con alegría infantil en sus palabras.
Hizo la escuela básica en un año, en un programa especial de nivelación que había en la tanda nocturna en el 2002. Al terminar ese nivel y, por la capacidad que demostró, lo fueron promoviendo de grado a grado de forma acelerada.
Refiere que leyó muchos libros de literatura que había en los clubes cercanos a su casa. “Me ayudó mucho una señora que se llama Magalis, ella daba clases en una escuelita de un club cultural que había aquí”, recuerda.
Pasó luego a la universidad a finales del 2004, y en el 2008 se gradúa de abogado, con honores en la Universidad Tecnológica del Sur (Utesur), que funciona en Azua.
Sus clases en la universidad eran en un segundo nivel, y para no entrar con su ropa sucia al aula, al tener que arrastrarse por las escaleras, dice que usaba dos pantalones. Se ponía uno para subir las escaleras y recorrer los pasillos, solo impulsado por sus manos, que le ayudaban a mover su cuerpo pegado al suelo. Luego se quitaba el que llevaba puesto, para entrar al aula con el otro que tenía debajo y que permanecía limpio.
Trabas
Ahora después de tantos esfuerzos, a tres años de hacerse profesional de derecho, vive la cruel realidad que enfrenta la mayoría de los jóvenes dominicanos cuando salen de las aulas universitarias con un título debajo del brazo: no encuentra empleo en el mercado laboral.

Cristian Onelvy expresa con tristeza que se graduó en el 2008, y esta es la fecha que, a pesar de su hazaña, de ser un ejemplo de superación personal y un modelo para la juventud, aún no consigue trabajo como abogado, especialmente por su discapacidad física.
Pero aun así, su consistencia de espíritu, su reciedumbre humana lo mantienen con la frente en alto, con actitud digna y junto a otros tres hermanos ha montado un taller de electrónica en el patio de su casa, que le permite vivir del sudor de su frente reparando efectos eléctricos.
Formación integral
Resulta que este muchacho, desde su silla de ruedas, según explican sus hermanos y sus tíos, ha hecho más de 40 cursos de capacitación personal, porque para Cristian, según él mismo afi rma, “mi más grande pesadilla ha sido siempre verme en la casa de mis hermanos siendo un mantenido de ellos”.

Dice que no concibe pasarse toda su vida siendo una carga para sus hermanos, ni para su familia.
“Entonces, lo que hicimos, expresa, fue capacitarnos en diferentes cursos técnicos para poder, de una u otra manera, lograr algunas habilidades que nos permitan vivir con dignidad y no depender de otros, porque en la educación formal las cosas se nos ponen difíciles”.
El trabajo
En su taller, ubicado en el patio frontal de su casa, un humilde espacio rodeado de frescos, frondosos y verdes árboles, el que comparte con otros tres hermanos, construyen y reparan inversores.

Cristian dice con orgullo que “nosotros estamos en capacidad de reparar aquí cualquier efecto electrónico, y podemos hacerles las instalaciones eléctricas a cualquier edifi cación, casa o local que lo requiera”.
Esta actividad la comparte también con el trabajo voluntario que hace para el proyecto de Inversión Social (PIS), del Gabinete de Coordinación de la Política Social y el Banco Interamericano de Desarrollo (BID), en el Componente de Dotación de Documentos Legales, para personas que no tienen actas de nacimiento o cédula.
Hasta para este trabajo voluntario recibió el rechazo de empleados del proyecto, explica, pues cuando se presentó a la entrevista, y vieron que andaba en silla de ruedas, dijeron que no tenía la capacidad para hacerlo. “Ni siquiera vieron mi currículum”, recuerda con pesar.
Dice que esta fue una dura experiencia, pero aún así en sus palabras, ni en su actitud ni en su semblante, se advierte el más mínimo dejo de amargura, ni de resentimiento.
Por el contrario, asegura que “esto fortalece mi espíritu y me da más fuerzas para seguir adelante”.
Exigió una explicación y al fi nal lo admitieron en el proyecto. Hoy Cristian es uno de voluntarios más responsables y productivos del proyecto.
Su familia está conformada por unos 20 hermanos, entre hijos adoptivos, y otros de padre y cinco de padre y madre. Dice que son muchos porque casi todos los muchachos que trabajaban albañilería con su padre, cuando estaba en el país, pasaban a ser hijos adoptivos del hogar, y muchos se quedaban a vivir en la casa materna.
Es coordinador de la Asociación de las Personas con Discapacidad en Azua, y representante de ésta para la región sur.

DEPORTES PARA DISCAPACITADOS
Cristian Onelvy Lara Jiménez ha dedicado casi todos los años de su adolescencia y juventud a la práctica de los deportes para personas discapacitadas.

Ha participado en competencias nacionales en diferentes disciplinas, lo que le ha permitido ganar unas 20 preseas de oro en atletismo, lanzamiento de la jabalina, del disco y otros, durante 1998, 2000, 2002, 2003 y 2004.
Asegura que abandonó los deportes cuando entró a la universidad para poder dedicarse a sus estudios, según afirma, a fin de poder construir su espacio en la sociedad, pero haciéndolo a tiempo completo.
TRABAS
A tres años de que terminó su carrera, aún no ha podido subir al estrado de un tribunal, porque, explica, la estructura física de los tribunales le hace casi imposible a las personas impedidas físicas acceder a ella. Lamentó que los discapacitados no puedan ejercer en los tribunales, pues en esas edificaciones tienen demasiados impedimentos.

Casi todos los estrados están en segundas plantas y no tienen rampas de acceso.
“Cada vez que voy a un tribunal”, señala, “tengo que repetir las escenas que hacía cuando era estudiante en el liceo, que tenía que arrastrarme para llegar a las aulas, cuando mis compañeros no estaban para darme la mano”.
Indicó que tendría que durar entre tres y cuatro horas impulsándose a rastras por los pasillos para llegar a un estrado o a una oficina de un tribunal, “lo que retrasaría mi trabajo y mi responsabilidad de estar a tiempo cuando el cliente me lo requiera”.
Por eso, ahora tiene cifradas sus esperanzas de trabajo profesional en una oficina gubernamental que le permita laborar en su departamento legal o en otras áreas afines, en lo que se eliminan las barreras “que nos imposibilitan como minusválido a acceder a los tribunales del país”.
Con entusiasmo y alegría, Cristian dice que este reconocimiento que acaba de recibir del Ministerio de la Juventud lo compromete, ya que éste debe servir para seguir dando de sí todo lo que pueda. Afirma tener un compromiso consigo mismo, con sus familiares, la sociedad y aquellos jóvenes que cuando lo ven tengan que decir: “Oye, pero si él con estas limitaciones físicas ha llegado hasta aquí, cuál es mi excusa para no hacer mi parte”.

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